Me gustaría ser independentista. Muchos amigos míos lo son y
me ponen cara rara cuando digo que yo no lo soy. Soy charnego porque el mundo
me ha hecho así, aclaro. Ellos se ríen y me dejan por imposible, y hablamos de
otras cosas del país en las que casi siempre nos ponemos de acuerdo. Para ellos
España es Intereconomía, la Cospedal, la Aguirre, Aznar, el expolio fiscal, la
manía al catalán, la Cope, el Bono, Rodríguez Ibarra. Para mí España es todo
eso, pero también es mis cuatro abuelos, mis tíos, mis primos, mi lengua
materna, Antonio Machado, Juan José Millás, Gaspar Llamazares, El Intermedio,
una aldea de dos docenas de habitantes en Asturias y un pueblecito de dos mil
almas en Albacete.
Mis primos de Almansa me dicen que en Catalunya no se puede
hablar en castellano, y mi padre les dice que no es así, con la tozudez de sus
noventa y dos años. Y mis primos ponen cara rara, parecida a la de mis amigos
independentistas. Nos dejan por imposibles y hablamos de otras cosas que
nos acercan, que la Cospedal no les abre el hospital y quiere
privatizarlo, que tienen el 35% de paro. Si hablamos por nuestra
boca sin teles, sin diarios, sin arengas, los de a pie nos entendemos.
Me gustaría no tener el corazón dividido. Intento adaptarme,
pero no me ponen las banderas ni las madre patrias. Más bien son madrastras que
a algunos nos hacen sentir hijastros. Aquí y allá.
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