Al comenzar un nuevo año hay que hacer de
tripas corazón y afrontarlo con alegría y con optimismo. De momento sabemos que
la falta de dinero, de trabajo, da la infelicidad. Lo que no tenemos tan claro
es qué es lo que nos hace ser felices, levantarnos por la mañana y lanzar un
suspiro y sentir que estamos bien. Hay quien dice que la felicidad no es tener
lo que se quiere sino querer lo que se tiene. El motor de nuestro sistema
económico es exactamente el contrario: desear lo que no se tiene y desechar lo
que ya se tiene. Es decir, estar instalados en el deseo permanente, en la
infelicidad permanente.
Tot aixó ve perquè aquestes festes he tingut
instants de felicitat, no em fa vergonya dir-ho, amb coses senzilles sense
necessitat de treure la targeta de crèdit. Un moment de l’exposició de
pessebres de la Torre del Baró que em va retrobar amb la infància perduda, i el
nostre cant coral, una nadala de consumisme nostàlgic de nines i torrons,
vuelve a casa vuelve, por Navidad, i dues de clàssiques, Santa nit, plàcida
nit, ja està tot adormit, i Los campanilleros por la madrugá me despiertan con
sus campanillas, que cantàvem a casa amb la simbomba. Només un però. Tot era
amb gent diferent. Compartim la ciutat, però som una mica oli i aigua. Vivim
junts, però poc barrejats.
Oír cantar “El meu país és tan petit que des
de dalt d’un campanar sempre es pot veure el campanar veí” me hizo pensar.
Viladecans, nuestra ciudad mediana, también es tan pequeña que desde
nuestro campanario podríamos ver el campanario del barrio vecino, y
disfrutar igual de un villancico cantado por alguno de nuestros
coros rocieros, que d’una nadala tradicional catalana cantada per
alguna de les nostres quatre corals.
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