Cuando
no son los alcaldes peperos con la guinda de algún alcalde socialista, son las
tarjetas opacas, la nueva versión del tirar de veta de los consejeros de Caja
Madrid, que demuestra que el gorreo por todo lo alto no entiende de lucha de
clases y que igual caen empresarios que sindicalistas, políticos supuestamente
de izquierdas que políticos claramente de derechas. Apenas se ha empezado a
apagar los ecos del escándalo Pujol y su incansable familia - que no han tenido
ningún remilgo para hacer negocios con cuñados, sobrinos, primos hermanos y
primos segundos de las huestes peperas de las Españas, cuando nos desayunamos
el café y el chocolatito de cortesía con la detención de más de cincuenta
señores por hacer negocios con las contratas públicas.
Son
tantos y en tantos lugares que nos tienen que sacar el mapa de España para que
comprobemos como se salpica la geografía patria de atracadores del Boletín
Oficial de la Provincia. Se extienden por toda la península como borrascas,
como violentas granizadas que convierten la política de muchas gaviotas de
la derecha, y la de algunos pájaros de
la izquierda, en zona catastrófica.
Como
ciudadano molesta ver como los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, se tiran
los trastos a la cabeza y lo más lejos que llegan es a soltarse y-tú-más el uno
al otro. La suerte que tenemos, una suerte relativa, es que de momento no se
envuelven en la bandera española. La bandera española se utiliza en este caso
para otros fines patrios como rompernos el mástil rojigualdo en la cabeza de
los catalanes. En nuestro conflicto doméstico las banderas unos y otros las
utilizan para marcar paquete, para demostrar que a patriotas españoles o
catalanes no nos gana nadie.
En
Cataluña la senyera tiene un uso más
polivalente, también sirve para tapar las vergüenzas de nuestros ex, como
demostró nuestro ex-honorable Jordi Pujol en su comparecencia parlamentaria. A
mí me recordó la vieja película de los Diez Mandamientos cuando Moisés baja del
monte Sinaí con las tablas de la Ley y pilla a los judíos de farra fornicando y
haciendo sacrificios a dioses prohibidos. Ni pidió perdón ni explicó los
orígenes de su herencia andorrana, sino que abroncó a los parlamentarios, como
diciendo sin decir “Ustedes no saben con
quien están hablando”. Y el detalle final fue como una metáfora que acaba
explicándolo todo. El detalle solidario del grupo parlamentario convergente
acompañando a su ex-líder hasta el coche probablemente demuestra un cariño personal más allá de cualquier causa,
pero también una visión incomprensiblemente caritativa y solidaria, por decirlo
de manera suave, hacia los pecados y vicios del ex honorable ex president.
Pronto
veremos a los grandes partidos hablando de reformar la ley, incluso de
endurecer las penas. De nada sirve ahora ponernos a cambiar leyes como si el
problema del bandolerismo de poder político, camisa blanca y corbata, fuera un
problema legal. A los partidos políticos se nos debería hundir el mundo cuando
alguien de tu mismo partido traiciona la confianza de la gente y se aprovecha
de su cargo público para beneficio personal,
o tiene un comportamiento privado que poco tiene que ver con las
virtudes públicas que pregona. En el fondo de la corrupción siempre encontramos
lo mismo, el abandono de la visión ética y ejemplar de la política, la pérdida
progresiva del alma democrática de la función de representación pública.
Ahora
se habla de regeneración democrática pero para nosotros, los ciudadanos/as la regeneración democrática
empieza por uno mismo. Debemos utilizar los mecanismos que tenemos todavía a
nuestro favor, los escasos puntos de apoyo que existen para protestar contra el
mundo e intentar cambiarlo. El derecho de manifestación, la libertad de
expresión, el derecho de reunión, incluso el derecho de huelga, pero sobre todo
utilizar el derecho a votar.
Aunque
esté mal decirlo, el comportamiento de los partidos es directamente
proporcional al comportamiento de sus electores. Tenemos ejemplos no lejanos
como partidos que están más tiempo declarando en los tribunales que gobernando,
vencen una y otra vez en las urnas porque en el momento de decidir el ciudadano
piensa que pelillos a la mar, que si estos son malos, los otros serán peor y
que quien esté libre de culpa que tire la primera piedra.
Sin
querer pontificar, uno, que ha soñado en la democracia cuando ésta no era
posible porque no nos dejaban, piensa que los verdaderos amos, los verdaderos
dueños de las urnas y sus resultados, son la gente de a pie, nosotros,
insignificantes si nos toman de uno en uno, pero importantes y decisivos si
somos muchos. Pero para ello tenemos que ser duros con los nuestros, exigentes
con lo que hacen con la fuerza que les damos, con la confianza que les
depositamos y que podemos entender que no sean muy listos, que se equivoquen,
que tartamudeen al hablar, que cometan faltas al escribir o que les guste comer
con los dedos, pero lo que nunca, nunca, deberíamos permitir es que utilizasen
los votos en provecho propio, ni que sus partidos practiquen sospechosas
solidaridades con sus sospechosos habituales.
Si
lo hiciésemos predicaríamos con el ejemplo, y otro gallo nos cantaría. A nosotros y a nuestra democracia.
J.L.
Atienza
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