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lunes, 17 de noviembre de 2014


Cuando no son los alcaldes peperos con la guinda de algún alcalde socialista, son las tarjetas opacas, la nueva versión del tirar de veta de los consejeros de Caja Madrid, que demuestra que el gorreo por todo lo alto no entiende de lucha de clases y que igual caen empresarios que sindicalistas, políticos supuestamente de izquierdas que políticos claramente de derechas. Apenas se ha empezado a apagar los ecos del escándalo Pujol y su incansable familia - que no han tenido ningún remilgo para hacer negocios con cuñados, sobrinos, primos hermanos y primos segundos de las huestes peperas de las Españas, cuando nos desayunamos el café y el chocolatito de cortesía con la detención de más de cincuenta señores por hacer negocios con las contratas públicas.
Son tantos y en tantos lugares que nos tienen que sacar el mapa de España para que comprobemos como se salpica la geografía patria de atracadores del Boletín Oficial de la Provincia. Se extienden por toda la península como borrascas, como violentas granizadas que convierten la política de muchas gaviotas de la  derecha, y la de algunos pájaros de la izquierda, en zona catastrófica.  
Como ciudadano molesta ver como los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, se tiran los trastos a la cabeza y lo más lejos que llegan es a soltarse y-tú-más el uno al otro. La suerte que tenemos, una suerte relativa, es que de momento no se envuelven en la bandera española. La bandera española se utiliza en este caso para otros fines patrios como rompernos el mástil rojigualdo en la cabeza de los catalanes. En nuestro conflicto doméstico las banderas unos y otros las utilizan para marcar paquete, para demostrar que a patriotas españoles o catalanes no nos gana nadie.
En Cataluña la senyera tiene un uso más polivalente, también sirve para tapar las vergüenzas de nuestros ex, como demostró nuestro ex-honorable Jordi Pujol en su comparecencia parlamentaria. A mí me recordó la vieja película de los Diez Mandamientos cuando Moisés baja del monte Sinaí con las tablas de la Ley y pilla a los judíos de farra fornicando y haciendo sacrificios a dioses prohibidos. Ni pidió perdón ni explicó los orígenes de su herencia andorrana, sino que abroncó a los parlamentarios, como diciendo sin decir “Ustedes no saben  con quien están hablando”. Y el detalle final fue como una metáfora que acaba explicándolo todo. El detalle solidario del grupo parlamentario convergente acompañando a su ex-líder hasta el coche probablemente demuestra un  cariño personal más allá de cualquier causa, pero también una visión incomprensiblemente caritativa y solidaria, por decirlo de manera suave, hacia los pecados y vicios del ex honorable ex president.
Pronto veremos a los grandes partidos hablando de reformar la ley, incluso de endurecer las penas. De nada sirve ahora ponernos a cambiar leyes como si el problema del bandolerismo de poder político, camisa blanca y corbata, fuera un problema legal. A los partidos políticos se nos debería hundir el mundo cuando alguien de tu mismo partido traiciona la confianza de la gente y se aprovecha de su cargo público para beneficio personal,  o tiene un comportamiento privado que poco tiene que ver con las virtudes públicas que pregona. En el fondo de la corrupción siempre encontramos lo mismo, el abandono de la visión ética y ejemplar de la política, la pérdida progresiva del alma democrática de la función de representación pública.
Ahora se habla de regeneración democrática pero para nosotros, los  ciudadanos/as la regeneración democrática empieza por uno mismo. Debemos utilizar los mecanismos que tenemos todavía a nuestro favor, los escasos puntos de apoyo que existen para protestar contra el mundo e intentar cambiarlo. El derecho de manifestación, la libertad de expresión, el derecho de reunión, incluso el derecho de huelga, pero sobre todo utilizar el derecho a votar.
Aunque esté mal decirlo, el comportamiento de los partidos es directamente proporcional al comportamiento de sus electores. Tenemos ejemplos no lejanos como partidos que están más tiempo declarando en los tribunales que gobernando, vencen una y otra vez en las urnas porque en el momento de decidir el ciudadano piensa que pelillos a la mar, que si estos son malos, los otros serán peor y que quien esté libre de culpa que tire la primera piedra.
Sin querer pontificar, uno, que ha soñado en la democracia cuando ésta no era posible porque no nos dejaban, piensa que los verdaderos amos, los verdaderos dueños de las urnas y sus resultados, son la gente de a pie, nosotros, insignificantes si nos toman de uno en uno, pero importantes y decisivos si somos muchos. Pero para ello tenemos que ser duros con los nuestros, exigentes con lo que hacen con la fuerza que les damos, con la confianza que les depositamos y que podemos entender que no sean muy listos, que se equivoquen, que tartamudeen al hablar, que cometan faltas al escribir o que les guste comer con los dedos, pero lo que nunca, nunca, deberíamos permitir es que utilizasen los votos en provecho propio, ni que sus partidos practiquen sospechosas solidaridades con sus sospechosos habituales.
Si lo hiciésemos predicaríamos con el ejemplo, y otro gallo nos cantaría. A  nosotros y a nuestra democracia. 


J.L. Atienza

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