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lunes, 17 de noviembre de 2014

A mi, lo que más me fastidia de este proceso del dret a decidir que se ha dejado quitar la pelota por la independencia es que crea un poco de mal rollo con gente con la que siempre has estado de acuerdo casi en todo, incluso en la visión de Cataluña. Con acentos, probablemente con acentos, pero aceptados y entendidos por unos y otros.


Ahora son dos modelos diferentes, el uno excluye forzosamente al otro. Y tú quisieras decir que estás de acuerdo con cualquier mejora pero que no estás de acuerdo con lo otro, aunque envidies la ilusión que le ponen. Pero si lo dices,  empezáis a argumentar y a contra argumentar y con tanto argumentar os dais cuenta que pensáis muy distinto y que tantos años y no lo sabíais. Pero como tampoco acaba valiendo tanto la pena tener mal rollo empezáis a escurrir el bulto y a hablar de otra cosa.

Y bien, esquiváis el tema lo mejor que podéis  y todo transcurre con normalidad, reís juntos y os preocupáis juntos, y seguís llevándoos bien porque siempre ha sido así, pero de fondo permanece esa sombra puñetera de desacuerdo. Me gustaría no tener esa sombra, me encantaría un futuro donde pudiésemos volver a  estar de acuerdo en casi todo, incluso en la visión de Cataluña. Con acentos, probablemente con acentos, pero aceptados y entendidos. Ese sueño es el federalismo que yo quiero.     

Cuando no son los alcaldes peperos con la guinda de algún alcalde socialista, son las tarjetas opacas, la nueva versión del tirar de veta de los consejeros de Caja Madrid, que demuestra que el gorreo por todo lo alto no entiende de lucha de clases y que igual caen empresarios que sindicalistas, políticos supuestamente de izquierdas que políticos claramente de derechas. Apenas se ha empezado a apagar los ecos del escándalo Pujol y su incansable familia - que no han tenido ningún remilgo para hacer negocios con cuñados, sobrinos, primos hermanos y primos segundos de las huestes peperas de las Españas, cuando nos desayunamos el café y el chocolatito de cortesía con la detención de más de cincuenta señores por hacer negocios con las contratas públicas.
Son tantos y en tantos lugares que nos tienen que sacar el mapa de España para que comprobemos como se salpica la geografía patria de atracadores del Boletín Oficial de la Provincia. Se extienden por toda la península como borrascas, como violentas granizadas que convierten la política de muchas gaviotas de la  derecha, y la de algunos pájaros de la izquierda, en zona catastrófica.  
Como ciudadano molesta ver como los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, se tiran los trastos a la cabeza y lo más lejos que llegan es a soltarse y-tú-más el uno al otro. La suerte que tenemos, una suerte relativa, es que de momento no se envuelven en la bandera española. La bandera española se utiliza en este caso para otros fines patrios como rompernos el mástil rojigualdo en la cabeza de los catalanes. En nuestro conflicto doméstico las banderas unos y otros las utilizan para marcar paquete, para demostrar que a patriotas españoles o catalanes no nos gana nadie.
En Cataluña la senyera tiene un uso más polivalente, también sirve para tapar las vergüenzas de nuestros ex, como demostró nuestro ex-honorable Jordi Pujol en su comparecencia parlamentaria. A mí me recordó la vieja película de los Diez Mandamientos cuando Moisés baja del monte Sinaí con las tablas de la Ley y pilla a los judíos de farra fornicando y haciendo sacrificios a dioses prohibidos. Ni pidió perdón ni explicó los orígenes de su herencia andorrana, sino que abroncó a los parlamentarios, como diciendo sin decir “Ustedes no saben  con quien están hablando”. Y el detalle final fue como una metáfora que acaba explicándolo todo. El detalle solidario del grupo parlamentario convergente acompañando a su ex-líder hasta el coche probablemente demuestra un  cariño personal más allá de cualquier causa, pero también una visión incomprensiblemente caritativa y solidaria, por decirlo de manera suave, hacia los pecados y vicios del ex honorable ex president.
Pronto veremos a los grandes partidos hablando de reformar la ley, incluso de endurecer las penas. De nada sirve ahora ponernos a cambiar leyes como si el problema del bandolerismo de poder político, camisa blanca y corbata, fuera un problema legal. A los partidos políticos se nos debería hundir el mundo cuando alguien de tu mismo partido traiciona la confianza de la gente y se aprovecha de su cargo público para beneficio personal,  o tiene un comportamiento privado que poco tiene que ver con las virtudes públicas que pregona. En el fondo de la corrupción siempre encontramos lo mismo, el abandono de la visión ética y ejemplar de la política, la pérdida progresiva del alma democrática de la función de representación pública.
Ahora se habla de regeneración democrática pero para nosotros, los  ciudadanos/as la regeneración democrática empieza por uno mismo. Debemos utilizar los mecanismos que tenemos todavía a nuestro favor, los escasos puntos de apoyo que existen para protestar contra el mundo e intentar cambiarlo. El derecho de manifestación, la libertad de expresión, el derecho de reunión, incluso el derecho de huelga, pero sobre todo utilizar el derecho a votar.
Aunque esté mal decirlo, el comportamiento de los partidos es directamente proporcional al comportamiento de sus electores. Tenemos ejemplos no lejanos como partidos que están más tiempo declarando en los tribunales que gobernando, vencen una y otra vez en las urnas porque en el momento de decidir el ciudadano piensa que pelillos a la mar, que si estos son malos, los otros serán peor y que quien esté libre de culpa que tire la primera piedra.
Sin querer pontificar, uno, que ha soñado en la democracia cuando ésta no era posible porque no nos dejaban, piensa que los verdaderos amos, los verdaderos dueños de las urnas y sus resultados, son la gente de a pie, nosotros, insignificantes si nos toman de uno en uno, pero importantes y decisivos si somos muchos. Pero para ello tenemos que ser duros con los nuestros, exigentes con lo que hacen con la fuerza que les damos, con la confianza que les depositamos y que podemos entender que no sean muy listos, que se equivoquen, que tartamudeen al hablar, que cometan faltas al escribir o que les guste comer con los dedos, pero lo que nunca, nunca, deberíamos permitir es que utilizasen los votos en provecho propio, ni que sus partidos practiquen sospechosas solidaridades con sus sospechosos habituales.
Si lo hiciésemos predicaríamos con el ejemplo, y otro gallo nos cantaría. A  nosotros y a nuestra democracia. 


J.L. Atienza

lunes, 3 de noviembre de 2014

En el diario leo que hay 51 detenidos acusados de poner la mano, el bolsillo, el bolso y la bolsa de la basura para cobrar comisiones. Y 51 detenidos son concejales y alcaldes, entre ellos Francisco Granados, ex número dos de Esperanza Aguirre. Hay veces que la sonrisa triunfal, el nudo XL de la corbata fucsia y el pelo engominado son el espejo del alma. Se creen que ganar elecciones es tirar de traje de marca, rolex en la muñeca  y porcentajes de las  empresas concesionarias pagados con el dinero de todos.

El papa Francisco va dir als seus que els pastors han de fer olor a ovella. Els nostres regidors i alcaldes hauríem de fer olor a caixera de Mercadona, a noi de telepizza, a dona de fer feines, a oficinista. a pensionista sense ascensor, olor a la gent que diem representar, a la gent dels carrers del nostre poble o ciutat. Doncs no, els detinguts fan olor a moqueta, a colònia cara a raig com  si fos Lavanda Puig, a cotxe nou pagat amb diner negre, a conseller de Sanitat que dóna la culpa als malalts de la seva malaltia.

Ni la izquierda nos libramos de ese olor a corrupción que contamina todo. Los detenidos son, sí, una minoría . No podemos decir que los ladrones sean la regla, pero tampoco la excepción, porque las malas hierbas crecen abonadas por la diabólica alianza de una cultura malsana del poder político con una cultura malsana del poder económico.

Ha crescut  una cultura viciada que creu més en els favors que en la vàlua personal, en el manar que en el governar, en l’autoritarisme del cacic del cortijo que en la humilitat de servidor a la comunitat i en la que el governant públic pensa que l’ajuntament és seu i dels seus i no la institució de tothom.

Si no barremos esos polvos tendremos estos lodos.